LUIS SALA LUNA
PINTOR IMPRESIONISTA
Luis Sala,
es un maestro en la acuarela, que no sabe que lo es. Modesto como su curriculum
expositivo, Luis no va de nada y se sonroja si algún entusiasmado degustador de
su arte, le demuestra su admiración. Tímido y un tanto socarrón, se ríe de sí
mismo “por lo bajines”, quizás pensando que lo que hace con la acuarela no
tiene gran merito. Este sentimiento es bastante consustancial, en aquellos que
gozan del favor de los dioses y le han concedido el don de crear sin gran
esfuerzo: se asombran del asombro que despiertan en los demás. Quizás en esto
haya un tanto de inseguridad o duda en la valía de lo que hacen y eso los hace
mas humanos.
Nos pasa a
todos en mayor o menor grado. Al que no le pasa o es un genio egolatrizado, o
un tonto ignorante.
Luis no es
ni lo uno ni lo otro, pero si es, pese a sus posibles dudas, un gran
acuarelista que viene a darnos una clase magistral de cómo trabaja la acuarela.
Quizás hoy
y por aquello de su natural timidez y la expectación despertada, no lo
encontremos en su genuina salsa, como podríamos verlo en cualquier rincón de la
geografía española; de su Castalla natal; de su querida Venecia o de la Plaza
de Gabriel Miró, donde instala su caballete para pintar del natural.
Yo si lo
he visto en la Plaza
o en mi jardín, y puedo asegurar que Luis, formado en las escuelas del maestro
de Tibi, Rafael Sempere, de los grandes maestros en la técnica de la acuarela,
por medio de los libros, y en sus visitas a museos y exposiciones, es un tanto
anarquista sin ataduras a las leyes técnicas aprendidas de los maestros de su
influencia: apenas dibuja; deja correr el agua para que arrastre el pigmento
como en una inundación; luego la reconduce para darle apariencia formal y le
rebaja el caudal con un trapo para las trasparencias y esfumatos; no se
preocupa mucho de las líneas y como buen anarquista no le importa que las
torres de las Iglesias se le retuerzan tanto como sus portadas barrocas, ni que
los edificios tengan la apariencia de venirse abajo.
Es de los
pocos artistas que sabe introducir en el paisaje sin que chirríe, figura y
elementos mecánicos como coches y trenes. Maneja el color con
soltura pero con elegante discreción; contracta con el blanco del
papel y con sombras coloreadas, como buen impresionista.
Trabaja en
todo el soporte a la vez y milagrosamente el puzles se va componiendo, aunque
intencionadamente deje alguna pieza sin encajar, logrando con ello una graciosa
espontaneidad mitad premeditada mitad fruto del azar. Como todo gran artista,
especialmente los autodidactas como él, es intuitivo y la obra final es buena
cuando a su criterio lo es.
Luis no es
un pintor profesional, en el sentido de que no vive de la pintura y si de su
profesión de Maestro Industrial con empresa eléctrica propia, por eso puede
pintar lo que quiere, sin las ataduras comerciales que suelen encorsetar a los
profesionales, en aquello que se vende.
Carlos
Bermejo